Sentada frente a la hoguera contemplaba las llamas que crecían y disminuían al antojo del viento. El cabello caía sobre mi rostro, ocultándolo parcialmente, mientras permanecía hundido sobre las rodillas, con la mirada abstraída en sus ojos, tratando inútilmente de robarle un instante al que apoyarme en ese turbulento mar, un breve gesto, tan breve como la brisa que mecía nuestros cuerpos.
Fuego y agua... Ambos elementos tan opuestos parecían unirse en la mirada, como si su presencia los calmara y se fundieran en uno solo. Esa sola imagen reconstruía en mi interior lo que ya parecía perdido, me apaciguaba hasta el punto de pensar que quizás supiera la clave, que podíamos lograr juntos lo imposible.
viernes, 15 de junio de 2012
sábado, 2 de junio de 2012
La luz sigue brillando
Los últimos acontecimientos sucedidos habían transformado
completamente a aquella mente soñadora. La niña que ahora contemplaba cada día
no era esa risueña pequeña de grandes y expresivos ojos azules donde solía meterse
su travieso pelo castaño, aquel remolino inquieto que rebosaba alegría. Parecía
que se habían llevado todo ello a un lugar oscuro, a un sitio de donde no
podría volver esa felicidad.
No habían esperado que le afectara de esa manera, era casi
cruel que le arrebataran tan pronto lo que más ilusión pudo darle. Quizás
suponían que negaría lo ocurrido, incluso sabiendo que era verdad, pero no fue
así. El día que le dieron la noticia, ella pronunció las palabras que nadie más
quería articular. La terrible soledad que había experimentado hasta que fueron
a hablar con ella fue la única prueba que necesitó.
-No va a volver, ¿verdad?
Nadie más se había atrevido hasta entonces a decir lo
evidente, a exponerlo de una manera tan clara. Solo la pequeña tuvo el valor de
decirlo, sin necesitar respuesta, pues sabía muy bien que llevaba razón, y
cuando afirmaron sus sospechas, asintió y volvió en silencio a su habitación.
No presentó más emoción en sus palabras que certidumbre, todo lo demás se lo
guardó en su interior, sin sacarlo a la luz ante nadie. La única persona con la
que lo habría compartido no volvería a estar a su lado.
Permanecía con su rostro impasible cada día, sin apenas
apetito ni ganas de hacer actividades. Se dormía pronto, despertándose con los
ojos empañados en lágrimas tras las pesadillas que la atormentaban cada noche,
encerrada en una máscara que no quería quitarse. Pero a pesar de esa calma e
indiferencia detrás de la que intentaba ocultarse, podía notar la oscuridad que
ahora bañaba esa dulce mirada, la soledad y la angustia que rodeaban su
corazón. No necesitaba oír los débiles sollozos que traspasaban su puerta, ni que
llorara bajo mis faldas con la tristeza de que ya no volvería jamás, de lo perdida
que se encontraba. Me bastaban las tardes mirando a través de su ventana, como
aquellos días en que esperaba impaciente que viniera a buscarla, pero cambiando
completamente esa efusividad por una gran desolación; las veces que se miraba
al espejo sin llegar a reconocerse, sin peinarse como antes solía hacer con la
escusa de que quería que la viera bonita; el que hubiera dejado atrás todos sus
lápices de colores sin volver a pintar para él.
No sé contar los días que pasó así, todos los momentos dónde
las demás personas, incapaces de ver más allá, decían que la pérdida no le
había afectado, que en realidad no era para tanto. Esos ignorantes adultos
parecían no darse cuenta que la habían arrancado sus alas, que si ya no cantaba
al cuidar sus flores era porque le quitaron la voz, que si ya no bailaba al
sol de la música era porque no encontraba una razón para hacerlo, que si no jugaba
a imaginarse historias preciosas era porque su imaginación se había extraviado.
Y no porque hubiera madurado, como ellos presumían.
Hablaba a todos desde un punto de cortesía nunca antes
visto, lo que satisfacía a los adultos, al contrario que a mí, pues no
hacía más que preocuparme.
Por ello un día cuando se vistió con su vestido con motivos
florales, con sus zapatos de charol rosas, se peinó el pelo y puso aquel
sombrerito con un lazo al lado que él la regaló, no me extrañó su explicación:
-Salgo a buscarle.
Me dijo con una débil vocecita, temerosa de que alguien más
se diera cuenta de su secreto. Y sonreí mientras la veía partir por aquellos
lugares que habían compartido juntos, mientras buscaba los rincones perdidos
que nadie más sabía y eran solo de ellos dos. Todos aquellos sitios iluminados
por una tenue luz que no se apagaría jamás.
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