Mi cuerpo no respondía ante las
señales que el cerebro intentaba transmitirle.
Estaba paralizada y dolorida sobre lo que, al tacto, parecían ser un montón de hojas.
Los ojos no me ayudaron a
averiguarlo, pues solo el hecho de intentar abrirlos me suponía un esfuerzo que
no era capaz de realizar.
Por mis oídos se filtraban
diferentes sonidos. Podía escuchar el dulce canto de los pájaros, el fresco
cauce del río, los movimientos de las hojas agitadas por el viento... Y todos
juntos formaban una agradable melodía.
Lentamente, fui consiguiendo hacer
leves movimientos. Los párpados empezaban a temblar cuando hacía amago de ver
lo que se encontraba a mi alrededor. Al principio solo formaban fragmentos de
borrosas imágenes, pero poniendo empeño logré mi propósito y vislumbré el
frondoso bosque.
Altos árboles se erguían sobre mí,
las ramas de estos tapaban gran parte de la claridad y, abajo dónde yo me
encontraba, solo llegaban los primeros rayos de luz que se abrían paso entre
las hojas. La calidez de ellos bañaba mi cuerpo y me transfería cierta calma.
Quizás por ello no me percaté de la
presencia del joven que se situaba cerca mía hasta que parte de mis fuerzas ya
habían aflorado. Mi primera reacción estuvo llena de sorpresa y desconfianza,
arrastrando los pies me eché para un lado, y no fue hasta entonces cuando sentí
una punzada dolor en mi pierna derecha, cerca del tobillo, que me quemaba la
piel e impedía su movilidad.
Al tocarlo, me topé con que unas
improvisadas vendas cubrían la zona, teñidas de un rojo sangre que marcaba la
herida causante de mi tormento. Dejé escapar un bramido de angustia y apreté
los dientes, intentando contener mi debilidad.
El chico, que aparentaba ser unos
años mayor que yo, me miró con extrañeza y se acercó a mí sin importarle mi
fallida prevención.
Su rostro mostraba preocupación y
examinaba mi vendaje a la vez que se iba acercando. Las distancias se fueron
acortando cada vez más, pero algo en él me decía que no me haría daño. Tal vez
la sencillez y ligereza con la que se dirigía a mi, o la inquietud que le
marcaba desde que reparó en mi desconsuelo.
En todo caso, la tranquilidad
volvió conmigo cuando sus fríos dedos acariciaron mi piel. No hice ningún
movimiento, me quedé paralizada, examinándolo con curiosidad y
fascinación; ambos sentimientos crecían vertiginosamente mientras me apaciguaba
con sus caricias, que en realidad eran simples roces necesarios para destapar
mi lesión.
Por alguna razón que no llegué a
comprender hasta mucho después, él intentaba reprimir cierto daño que no
lograba identificar. Pensé que sería por la sangre o mi purulento corte y su
feo aspecto... Cuán equivocada estaba.
Me limpió la herida de nuevo y
colocó otros trapos para taparla. Agradecí aquello con una sonrisa, pues me
sentía más limpia y sana, sin olvidar que un gran escozor me recorría la zona
al estar expuesta al exterior.
-Gracias -me atreví a decirle al
fin, en un susurro, a la vez que elevaba la cabeza para mirar sus ojos.
Para mi sorpresa, él hizo un último
nudo asegurando las tiras de ropa, y alzó la vista para mirarme también. No fue
hasta entonces cuando le observé por primera vez. Su cabello moreno
estaba desaliñado, pero era corto y al chico no parecía molestarle su desorden.
Podías sumergirte en sus garzos ojos como si de un cálido mar se tratara, estos
te cautivaban y, sin darte cuenta, una vez los habías visto parecías ahogarte
en aquella mirada.
Mostró una afable sonrisa, y sus
dientes relucieron bajo la los rayos del sol. Presentaba una curiosa tez pálida
que jamás había visto, pues mi piel estaba mucho más bronceada; y el tono claro
le daba al chico un aire delicado y a la vez de una suavidad que solo el hielo
podría alcanzar, provocando a cualquiera que la mirara ganas de tocarla.
-De nada -me respondió, con una
correspondida sonrisa.
No tenía ganas de conversar, en
realidad me encontraba aún bastante débil, pero no podía evitar las ganas de
encontrar una explicación a todas las preguntas que rondaban mi cabeza, y la
curiosidad venció al cansancio.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he
llegado? Y.. ¿qui.. quién eres? -le pregunté confusa e insegura por primera
vez, dándome cuenta de que era vulnerable ante un desconocido y me había dejado
engatusar por él. ¿Tan hipnótica era su mirada para mí?
-Tranquila -intentó calmarme,
mientras llevaba la mano a mi mejilla para acariciarla, pero yo giré la cabeza
instintivamente haciendo así que ese contacto no se lograra. Dejó escapar un
suspiro resignado, ambos nos habíamos dado cuenta de que necesitaba respuestas,
pues el miedo inundaba todo mi ser, y él no esperó más en contestarme.
- Estás aquí porque yo te encontré
en medio del bosque, habías caído inconsciente al suelo y sangrabas
mucho. Te diste con una piedra cuando te desmayaste, y además tu pie estaba
atrapado en un cepo de oso -me explicaba despacio, y mientras le iba escuchando
mi desconcierto aumentaba. Con una mano acaricié mi frente, dónde encontré una
pequeña protuberancia delicada al tacto. Asintió ante mi gemido de dolor y
siguió hablando.- No sé como llegaste aquí, pues no sabía de ti hasta que te
encontré en aquel claro... Y no pensaba dejarte allí. Simplemente te traje y
esperé a que despertaras. Digamos que soy quién te ha salvado de una muerte
segura -finalizó un poco dolido.
Me encogí, hundiendo el rostro
entre las rodillas y me quedé muy quieta, sin moverme, mientras sentía su
preocupada mirada clavada en mí. No sé cuánto tiempo pude permanecer así, pero
tampoco me importó. Finalmente, conseguí reaccionar, levanté un poco la cabeza
y le miré a los ojos, volcando todo mi desamparo en aquella mirada, en aquellas
palabras.
-No... no recuerdo nada.
Y en
aquel instante su reacción no expresó sorpresa, como si fuera algo obvio lo dejó
pasar, sabiendo que nada podría apacigua el vacío que sentía.
Como el
padre que calma su hijo cuando este se encuentra en desamparo, volvió a
intentar acariciarme, y esta vez no opuse resistencia, pero en el momento en
que sus finas manos acariciaron mi piel me encontré repentinamente débil.
-Shhh,
tranquila… -me susurró, y la fatiga iba aumentando sin haber modo de evitarlo.
Se acercó a mí y me apoyó en su pecho, acunándome entre sus brazos en un vano
intento de sosegarme. Le miré, sin poder escapar de su hechizo, y sus ojos
tenían un azulado brillo sobrenatural.
Dejé escapar una exclamación de sorpresa, pero nada cambió,
pues el mantenerme despierta era un esfuerzo demasiado grande.
-Tranquila, todo está bien…
Aquellas palabras fueron las últimas que escuché, su mirada
lo último que logré ver, y aún pude sentir sus caricias sobre mi rostro antes
de caer rendida ante él, sumiéndome en un profundo sueño.