domingo, 22 de julio de 2012

Momentos a solas


El sol comenzaba a ocultarse tras las grandes montañas nevadas, y los habitantes ya se iban retirando a sus hogares para descansar tras otro duro día de trabajo.

En la sala dónde estaban reunidos algunos shinobis de la villa no era distinto. Los primeros en finalizar las tareas intercambiaban palabras de despedida con sus compañeros antes de salir a las calles, mientras los otros esperaban impacientes que llegara su hora para poder imitarles.
Entre todos ellos, sentado en una de las mesas apartadas de los demás, Pain intercambiaba miradas cómplices con otra kunoichi. Firmaban así un mudo pacto que solo ellos sabían, y no tardarían en cumplir.

Itami terminó antes, y recortó un trozo de hoja en el que escribió unas palabras rápidas. Con unas frases corteses se despidió de sus compañeros y, antes de salir, pasó por la mesa dónde estaba él, deslizando suavemente la nota. Y después desapareció tras la puerta, no sin antes pararse en el marco para echar la vista atrás y dedicarle una juguetona sonrisa, mostrando que le esperaba ansiosa.
Se revolvió en la silla nervioso y desdobló el papel.
<<En el puente>>, era lo único que decía, pero tampoco él necesitaba más para comprenderlo. Conocía perfectamente aquel puente que había presenciado encuentros suyos,  y sabía que cuando él finalizara ella ya estaría allí aguardándole.
Y así era, pero ese día le pareció más bella que nunca. Permanecía sentada en una de las barandillas con sus cabellos dorados ondeados por el viento, a la luz del atardecer, mientras sus ojos azules contemplaban su llegada.
-Has llegado –le saludó ella cuando ya estaba a su lado, y se bajó para colocarse a su altura.
-Por supuesto –contestó con una sonrisa, alzando la barbilla de ella con sus manos.
Y no hicieron falta más palabras, los largos besos delataban el deseo de sus cuerpos, el recorrido de sus manos los deseos carnales el uno por el otro.
Y aunque ambos sabían que no podía ser allí, en aquel puente tan poco resguardado de miradas indiscretas, se sentían incapaces de parar aquel intercambio de pasión. 
Fue él quien cortó uno de aquellos besos para dedicarla una sonrisa pícara, aún a escasos centímetros de su rostro, y cogerla de la mano. Empezó a caminar, Itami lo siguió con fe ciega por aquel bosque internándose más en este, la lujuria aún corría por sus venas y querían poseerse sin remedios ni medidas.
Llegaron a una vieja casa que se encontraba casi en ruinas y entraron juntos, estaba con algunas grietas, pero no les molestó su estado. En el centro había una manta roja, se veía que había sido colocada hace poco, pues no estaba como el resto del lugar.
La colocó de espaldas a la manta y volvió a besarla con fuerza, sus lenguas participaban en un baile de pasión y lujuria…
Las manos de ella pasaron por debajo de su camiseta, acariciando su pecho. Comenzó a subirle la prenda  y él levantó los brazos para que ella se la quitara en su totalidad. Como impulsado por las acciones de la chica, él fue recorriendo su contorno  debajo de la ropa y se deshizo de la camiseta, dejando ver el abdomen de la provocativa joven, un sujetador blanco era ya lo único que se interponía.
Lentamente los labios de Itami fueron bajando por el  cuello del chico y prosiguieron su recorrido por todo su torso desnudo hasta la línea por encima de su pantalón, que marcó con cada uno de sus besos para lentamente desabrochar los botones con una de sus manos e introducirla para acariciar su miembro por encima de la tela.
Él miraba extasiado sus juegos, y fue acariciando la espalda de ella hasta dar con el broche del sujetador y liberar sus pechos , ella seguía con su labor. Con cuidado le iba desnudando, bajando cada vez más sus pantalones, dando a ver su miembro erecto y acariciándolo suavemente acompañado por el roce de sus labios.
Toda la ropa empezaba a estorbar, por lo que entre suspiros y caricias las prendas fueron desapareciendo.
Él estaba completamente desnudo sobre la manta, mientras que ella solo mantenía las bragas que ya empezaban a descender por sus piernas bajo las manos de él.
Itami continuaba ofreciendo a su miembro besos y caricias, y lentamente fue introduciéndoselo en su boca en unos movimientos acompasados a los gemidos de él, que marcaban el vaivén al igual que los pequeños empujes que la hacía poniendo una de sus manos en su cabeza, acariciando así su cabello.
Ella le miraba desbordando locura, suavemente volvió a subir al encuentro con los labios de Pain, que la recibió deseoso de placer.  La tumbó delicadamente sobre la cama. Descendió su rostro a los pechos de ella y los besó, pasando despacio su lengua por ellos.
Las manos de ella estaban enredadas en el pelo de él y le apegaba más hacia sí, mientras que las del chico se deslizaban por su cintura para darle algunas caricias.
Completamente desnudos, sudados, y  llenos de pasión y  lujuria.
Él se colocó entre sus piernas, y ella le miró intensamente haciendo así un mudo asentimiento. La intimidad masculina rozó la femenina, haciéndola gemir levemente, deseosa de más. Sin avisar se adentró en ella, de forma algo salvaje… y otro gemido escapó de los labios de ambos. Los de ella al sentir el miembro en su interior, y él disfrutando de sentirse en la cavidad de la chica.
Los movimientos comenzaron con suavidad,  y fueron aumentando de velocidad, dejándose llevar por aquel momento, disfrutando de cada instante.
Ella se retorcía de placer debajo suya, sus labios se buscaban e intercambiaban besos rápidos y cortos, entre gemidos y suspiros de placer.
Estaban saciando su sed de placer, y ambos se miraban a los ojos, intercambiando miradas de satisfacción.
Los constantes roces en su miembro le hacían sentirse en el cielo, y cada vez el ritmo fue yendo más rápido y profundo, lo delataba, y los suspiros de ella también, estaban al borde de tocar el cielo  juntos.
Ella se acercó aún más  hacia él, uniéndose en profundidad, mientras una corriente de placer la recorrió por todo su cuerpo.
Ambos soltaron el aliento seco de sus bocas… y el acto rozó con el final.

viernes, 15 de junio de 2012

El mar en llamas

Sentada frente a la hoguera contemplaba las llamas que crecían y disminuían al antojo del viento. El cabello caía sobre mi rostro, ocultándolo parcialmente, mientras permanecía hundido sobre las rodillas, con la mirada abstraída en sus ojos, tratando inútilmente de robarle un instante al que apoyarme en ese turbulento mar, un breve gesto, tan breve como la brisa que mecía nuestros cuerpos.

Fuego y agua... Ambos elementos tan opuestos parecían unirse en la mirada, como si su presencia los calmara y se fundieran en uno solo. Esa sola imagen reconstruía en mi interior lo que ya parecía perdido, me apaciguaba hasta el punto de pensar que quizás supiera la clave, que podíamos lograr juntos lo imposible.


sábado, 2 de junio de 2012

La luz sigue brillando


Los últimos acontecimientos sucedidos habían transformado completamente a aquella mente soñadora. La niña que ahora contemplaba cada día no era esa risueña pequeña de grandes y expresivos ojos azules donde solía meterse su travieso pelo castaño, aquel remolino inquieto que rebosaba alegría. Parecía que se habían llevado todo ello a un lugar oscuro, a un sitio de donde no podría volver esa felicidad.

No habían esperado que le afectara de esa manera, era casi cruel que le arrebataran tan pronto lo que más ilusión pudo darle. Quizás suponían que negaría lo ocurrido, incluso sabiendo que era verdad, pero no fue así. El día que le dieron la noticia, ella pronunció las palabras que nadie más quería articular. La terrible soledad que había experimentado hasta que fueron a hablar con ella fue la única prueba que necesitó.
-No va a volver, ¿verdad?

Nadie más se había atrevido hasta entonces a decir lo evidente, a exponerlo de una manera tan clara. Solo la pequeña tuvo el valor de decirlo, sin necesitar respuesta, pues sabía muy bien que llevaba razón, y cuando afirmaron sus sospechas, asintió y volvió en silencio a su habitación. No presentó más emoción en sus palabras que certidumbre, todo lo demás se lo guardó en su interior, sin sacarlo a la luz ante nadie. La única persona con la que lo habría compartido no volvería a estar a su lado.
Permanecía con su rostro impasible cada día, sin apenas apetito ni ganas de hacer actividades. Se dormía pronto, despertándose con los ojos empañados en lágrimas tras las pesadillas que la atormentaban cada noche, encerrada en una máscara que no quería quitarse. Pero a pesar de esa calma e indiferencia detrás de la que intentaba ocultarse, podía notar la oscuridad que ahora bañaba esa dulce mirada, la soledad y la angustia que rodeaban su corazón. No necesitaba oír los débiles sollozos que traspasaban su puerta, ni que llorara bajo mis faldas con la tristeza de que ya no volvería jamás, de lo perdida que se encontraba. Me bastaban las tardes mirando a través de su ventana, como aquellos días en que esperaba impaciente que viniera a buscarla, pero cambiando completamente esa efusividad por una gran desolación; las veces que se miraba al espejo sin llegar a reconocerse, sin peinarse como antes solía hacer con la escusa de que quería que la viera bonita; el que hubiera dejado atrás todos sus lápices de colores sin volver a pintar para él.

No sé contar los días que pasó así, todos los momentos dónde las demás personas, incapaces de ver más allá, decían que la pérdida no le había afectado, que en realidad no era para tanto. Esos ignorantes adultos parecían no darse cuenta que la habían arrancado sus alas, que si ya no cantaba al cuidar sus flores era porque le quitaron la voz, que si ya no bailaba al sol de la música era porque no encontraba una razón para hacerlo, que si no jugaba a imaginarse historias preciosas era porque su imaginación se había extraviado. Y no porque hubiera madurado, como ellos presumían.
Hablaba a todos desde un punto de cortesía nunca antes visto, lo que satisfacía a los adultos, al contrario que a mí, pues no hacía más que preocuparme.

Por ello un día cuando se vistió con su vestido con motivos florales, con sus zapatos de charol rosas, se peinó el pelo y puso aquel sombrerito con un lazo al lado que él la regaló, no me extrañó su explicación:
-Salgo a buscarle.
Me dijo con una débil vocecita, temerosa de que alguien más se diera cuenta de su secreto. Y sonreí mientras la veía partir por aquellos lugares que habían compartido juntos, mientras buscaba los rincones perdidos que nadie más sabía y eran solo de ellos dos. Todos aquellos sitios iluminados por una tenue luz que no se apagaría jamás. 

martes, 15 de mayo de 2012

Renacer


Si pudieras volver, haríamos todo aquello que tanto he soñado.
Recuperaría todo los recuerdos que algún día el tiempo me hizo olvidar. Te regalaría la radiante sonrisa que a nadie más podré entregar. Lloraría las más sinceras lágrimas de alegría, que demostrarían lo que a las palabras se le han escapado. Y a pesar de ello, te hablaría, y te diría aquello que se me olvidó decir alguna vez, o no tuve tiempo de contarte. Volaríamos juntas por el cielo azul, y te juro que nunca lo habría visto tan brillante como cuando tú estuvieras a mi lado. Iríamos tan alto que tocaríamos las nubes, y estoy segura que hasta el Sol sonreiría al ver mi felicidad, y nos entregaría sus rayos, para bañarnos así con la más inmensa calidez.
Y durante todos esos momentos donde el tiempo pasa distinto, donde no hay reloj que sepa medir esos instantes, volvería a nacer. Y me dormiría a tu lado, acunada entre tus brazos, y sé que cuando despertase ya no estarías, pero ya no tendría miedo, nunca más. Cerraría los ojos y no temería no volver a tenerte, porque hay cosas que nada me podrá quitar.
Y todo, absolutamente todo lo que pasaríamos, nada ni nadie lo borraría jamás.

jueves, 3 de mayo de 2012

B.

-A veces me pregunto por qué no te vas, por qué no huyes de mí. Lejos, muy lejos, donde no pueda dañarte, con alguien que te pueda hacer feliz, sin nada que te hiera. No sé hasta que punto hemos llegado, pero no me veo capaz de alejarme de ti, hace mucho que no creo ser lo suficientemente fuerte para irme de tu lado. Y si tú tampoco lo haces, entonces tampoco comprendo dónde vamos a llegar. Oh, dime algo... Si merece la pena seguir así, si esto está bien o mal, si debemos continuar o dar marcha atrás, o al menos parar... Si es lo que quieres, dime que te irás de mi lado, porque yo no podré hacerlo.
-¿Por qué? ¿Por qué no podrías?
-Porque te quiero. Porque desde que me encontraste no creo que pueda vivir sin ti.
-Pequeña, desde el momento en que te vi mi vida ha cobrado un nuevo sentido. Nunca pensé que nada pudiera devolverme lo que ya parecía perdido. Pero apareciste tú, y desde entonces sé que no querría vivir en un mundo donde no estuvieras. Seamos como seamos, no me importa, me da igual sufrir si es por estar a tu lado. Podría soportarlo todo... Todo, menos perderte.

A.

Es como un pozo, normalmente empieza lleno, pero a medida que pasan los acontecimientos este se va vaciando. Siempre puede volver a llenarse, aunque a veces sea más difícil que esté hasta rebosar.
Pero el mío es un pozo especial, no se llena al llover, sino cuando más brilla el Sol.

jueves, 15 de marzo de 2012

Esperanzas

    >>Me besó con ternura en la frente, a modo de despedida, y allí me dejó; sola, de pie, entre los árboles como únicos confidentes, mientras veía como se iba alejando.
Quizá quería algo más de él, pues esperé en vano hasta mucho después de que no le viera. Pero no llegó ninguna palabra, ni se giró un solo instante, su silueta se fue ocultando entre el verdor del bosque a la vez que la oleada de calor que envolvía mi corazón iba desapareciendo, dando lugar a una fría sensación de añoranza.

Terminé mi relato y contemplé a mis oyentes, los niños parecían sumidos en un profundo sueño que ahora era únicamente interrumpido por su suave respiración.

Pero entre todos ellos unos grandes ojos pardos se hallaban en segunda fila, expectantes a mis acciones, quizá deseando que mis labios pronunciaran alguna otra palabra. Abrí la boca para preguntar, pero la pequeña se adelantó a mis palabras.
-¿Y qué más paso? Cuéntame como sigue la historia, por favor -rogaba con un destello de aventura en su mirada.
-Nada más, cariño, ahí se acabó todo -le respondí dulce.
-No, eso no es verdad, las cosas no se acaban así, sin más -negó con la cabeza, convencida. A pesar de su corta edad, la niña adquirió de repente una gran madurez-. ¿Qué ocurrió con Neus? ¿Acaso no le seguiste?
-No, él me dejó allí, y yo jamás hice amago de ir tras él. Así termina mi historia, las barreras que nos separaban fueron demasiado fuertes.
-Las barreras también pueden romperse -seguía diciendo, muy segura-. Yo misma encontraré la cura a vuestros problemas, para que rojos y azules podamos vivir juntos. Para que tú y Neus podáis amaros sin ningún inconveniente. Ya lo verás.

Y, tras sellar esa promesa, se levantó del asiento y abrazó con fuerza el peluche que tenía entre sus brazos. Se acercó a mí con esa sonrisa soñadora que parecía tan propia suya, y me besó cariñosa en la frente, como si quisiera avivar la llama que había ido apagándose en mi corazón.
Sin cruzar palabra, ella también se fue ocultando entre las sombras del pasillo, hasta que su figura se iba haciendo casi inapreciable.
Una brillante aura parecía alumbrarla, y en cierto modo le daba un aspecto fantasmal que no desentonaba con ella, pues aquella chiquilla no se asemejaba a ningún niño que hubiera conocido antes, y eso la hacía ser misteriosamente diferente.
Lo último que oí fue como tarareaba una canción en susurros, e instantes después ya había caído en un profundo sueño.
Un sueño dónde volvía a ver a Neus, y a Cornak, incluso a Moonlight; dónde volvía a traspasar la alambrada e introducirme en el frondoso bosque.
Y, esta vez, no había ninguna muralla. Nada podía separarnos.

domingo, 26 de febrero de 2012

El despertar


Mi cuerpo no respondía ante las señales que el cerebro intentaba transmitirle.
Estaba paralizada y dolorida sobre lo que, al tacto, parecían ser un montón de hojas.
Los ojos no me ayudaron a averiguarlo, pues solo el hecho de intentar abrirlos me suponía un esfuerzo que no era capaz de realizar.
Por mis oídos se filtraban diferentes sonidos. Podía escuchar el dulce canto de los pájaros, el fresco cauce del río, los movimientos de las hojas agitadas por el viento... Y todos juntos formaban una agradable melodía.

Lentamente, fui consiguiendo hacer leves movimientos. Los párpados empezaban a temblar cuando hacía amago de ver lo que se encontraba a mi alrededor. Al principio solo formaban fragmentos de borrosas imágenes, pero poniendo empeño logré mi propósito y vislumbré el frondoso bosque.

Altos árboles se erguían sobre mí, las ramas de estos tapaban gran parte de la claridad y, abajo dónde yo me encontraba, solo llegaban los primeros rayos de luz que se abrían paso entre las hojas. La calidez de ellos bañaba mi cuerpo y me transfería cierta calma.

Quizás por ello no me percaté de la presencia del joven que se situaba cerca mía hasta que parte de mis fuerzas ya habían aflorado. Mi primera reacción estuvo llena de sorpresa y desconfianza, arrastrando los pies me eché para un lado, y no fue hasta entonces cuando sentí una punzada dolor en mi pierna derecha, cerca del tobillo, que me quemaba la piel e impedía su movilidad.
Al tocarlo, me topé con que unas improvisadas vendas cubrían la zona, teñidas de un rojo sangre que marcaba la herida causante de mi tormento. Dejé escapar un bramido de angustia y apreté los dientes, intentando contener mi debilidad.

El chico, que aparentaba ser unos años mayor que yo, me miró con extrañeza y se acercó a mí sin importarle mi fallida prevención.
Su rostro mostraba preocupación y examinaba mi vendaje a la vez que se iba acercando. Las distancias se fueron acortando cada vez más, pero algo en él me decía que no me haría daño. Tal vez la sencillez y ligereza con la que se dirigía a mi, o la inquietud que le marcaba desde que reparó en mi desconsuelo.

En todo caso, la tranquilidad volvió conmigo cuando sus fríos dedos acariciaron mi piel. No hice ningún movimiento, me quedé paralizada, examinándolo con curiosidad y fascinación; ambos sentimientos crecían vertiginosamente mientras me apaciguaba con sus caricias, que en realidad eran simples roces necesarios para destapar mi lesión.
Por alguna razón que no llegué a comprender hasta mucho después, él intentaba reprimir cierto daño que no lograba identificar. Pensé que sería por la sangre o mi purulento corte y su feo aspecto... Cuán equivocada estaba.

Me limpió la herida de nuevo y colocó otros trapos para taparla. Agradecí aquello con una sonrisa, pues me sentía más limpia y sana, sin olvidar que un gran escozor me recorría la zona al estar expuesta al exterior.
-Gracias -me atreví a decirle al fin, en un susurro, a la vez que elevaba la cabeza para mirar sus ojos.
Para mi sorpresa, él hizo un último nudo asegurando las tiras de ropa, y alzó la vista para mirarme también. No fue hasta entonces cuando le observé por primera vez.  Su cabello moreno estaba desaliñado, pero era corto y al chico no parecía molestarle su desorden. Podías sumergirte en sus garzos ojos como si de un cálido mar se tratara, estos te cautivaban y, sin darte cuenta, una vez los habías visto parecías ahogarte en aquella mirada.
Mostró una afable sonrisa, y sus dientes relucieron bajo la los rayos del sol. Presentaba una curiosa tez pálida que jamás había visto, pues mi piel estaba mucho más bronceada; y el tono claro le daba al chico un aire delicado y a la vez de una suavidad que solo el hielo podría alcanzar, provocando a cualquiera que la mirara ganas de tocarla.
-De nada -me respondió, con una correspondida sonrisa.

No tenía ganas de conversar, en realidad me encontraba aún bastante débil, pero no podía evitar las ganas de encontrar una explicación a todas las preguntas que rondaban mi cabeza, y la curiosidad venció al cansancio.

-¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado? Y.. ¿qui.. quién eres? -le pregunté confusa e insegura por primera vez, dándome cuenta de que era vulnerable ante un desconocido y me había dejado engatusar por él. ¿Tan hipnótica era su mirada para mí?
-Tranquila -intentó calmarme, mientras llevaba la mano a mi mejilla para acariciarla, pero yo giré la cabeza instintivamente haciendo así que ese contacto no se lograra. Dejó escapar un suspiro resignado, ambos nos habíamos dado cuenta de que necesitaba respuestas, pues el miedo inundaba todo mi ser, y él no esperó más en contestarme.
- Estás aquí porque yo te encontré en medio del bosque, habías caído inconsciente al suelo y sangrabas mucho. Te diste con una piedra cuando te desmayaste, y además tu pie estaba atrapado en un cepo de oso -me explicaba despacio, y mientras le iba escuchando mi desconcierto aumentaba. Con una mano acaricié mi frente, dónde encontré una pequeña protuberancia delicada al tacto. Asintió ante mi gemido de dolor y siguió hablando.- No sé como llegaste aquí, pues no sabía de ti hasta que te encontré en aquel claro... Y no pensaba dejarte allí. Simplemente te traje y esperé a que despertaras. Digamos que soy quién te ha salvado de una muerte segura -finalizó un poco dolido.

Me encogí, hundiendo el rostro entre las rodillas y me quedé muy quieta, sin moverme, mientras sentía su preocupada mirada clavada en mí. No sé cuánto tiempo pude permanecer así, pero tampoco me importó. Finalmente, conseguí reaccionar, levanté un poco la cabeza y le miré a los ojos, volcando todo mi desamparo en aquella mirada, en aquellas palabras.
-No... no recuerdo nada.

Y en aquel instante su reacción no expresó sorpresa, como si fuera algo obvio lo dejó pasar, sabiendo que nada podría apacigua el vacío que sentía.
Como el padre que calma su hijo cuando este se encuentra en desamparo, volvió a intentar acariciarme, y esta vez no opuse resistencia, pero en el momento en que sus finas manos acariciaron mi piel me encontré repentinamente débil.
-Shhh, tranquila… -me susurró, y la fatiga iba aumentando sin haber modo de evitarlo. Se acercó a mí y me apoyó en su pecho, acunándome entre sus brazos en un vano intento de sosegarme. Le miré, sin poder escapar de su hechizo, y sus ojos tenían un azulado brillo sobrenatural.
Dejé escapar una exclamación de sorpresa, pero nada cambió, pues el mantenerme despierta era un esfuerzo demasiado grande.
-Tranquila, todo está bien…
Aquellas palabras fueron las últimas que escuché, su mirada lo último que logré ver, y aún pude sentir sus caricias sobre mi rostro antes de caer rendida ante él, sumiéndome en un profundo sueño.


viernes, 24 de febrero de 2012

Trigo estival

Tenía los pies sumergidos en el agua, y jugueteaba divertido a ver como las ondas se propagaban por la piscina. Mientras, pequeñas gotas salpicaban hasta resbalar por sus inquietas piernecitas.

Apoyaba las manos en el borde que rodeaba la piscina, tan fuerte que unos pequeños hoyuelos aparecían en sus dedos regordetes.

Sus labios dibujaban una pícara sonrisa en el rostro, punteado por unas pecas que adornaban los mofletes. Sus ojos aceituna recorrían incansables cada detalle: un árbol retorcido y medio seco, las flores pastel que cubrían el suelo, y las diminutas hormigas que trajinaban alrededor de un hormiguero. Todo se fundía en su mirada, y en su cara se adivinaba fascinación.

En su ensimismamiento solo le molestaba una suave brisa que le revolvía los traviesos cabellos hasta meterse por sus ojos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Venganza

Vivía en una casa aceptable, no era demasiado pequeña para los 3 miembros que albergaba.
Tenía todo lo necesario, o casi todo, por mucho que me quejara.
Siempre me mantuve un tanto distante con mis padres, tampoco me arrepiento de ello: eso me ayudó a salvarme.

Desde pequeña mi poder fue creciendo y aumentando a medida que pasaban los años. Me sentía bien cuando la oscuridad llegaba, era más fuerte.
Podía notar como temían mis enfados, lo que me transmitía superioridad.
Puede que ellos no lo sintieran, en mi casa apenas nos dirigíamos palabras. Alguna vez nos interesábamos débilmente por el otro, sin poner énfasis apenas.
Puede que a él si le agradara, y eso le hiciera reaccionar así. Nunca llegué a saber sus razones.

Llegó muy de noche, estaba borracho, como era habitual.
Pegó a mi madre, la oía gritar como nunca, y él se reía ante su dolor. De repente todo calló, un silencio sepulcral inundó la casa, me asusté, ¿la habría matado?
Bajé las escaleras, una lamparita iluminaba el salón con su tenue luz.
Él estaba chupando la sangre que brotaba de la herida situada en el lado izquierdo de su labio, seguramente causado por vanos esfuerzos de defensa de mi progenitora. Debajo estaba ella, ausente, sin el más mínimo atisbo de cualquier sentimiento que me hiciera sentir pena.
Se dirigió hacia mi mientras me llamaba, sentí asco, pero mantuve mi rígida posición.
"Has crecido mucho", dijo, e inmediatamente supe todo lo que eso conllevaba.
Empezó a tocarme, cerré los ojos, pedí que parara; pero no lo hizo, ignoraba mis súplicas.
Me desabrochó la camisa y sonrió, parecía gustarle lo que esta guardaba.
Y así siguió, pausado, voraz, mientras la repugnancia que sentía por llevar sus genes crecía a pasos agigantados.
Ya desnuda, me arrancó la poca dignidad que me quedaba. Era mi padre, y me trataba como si fuera su muñeca de trapo.
Mientras tanto, mi madre seguía pasiva, contemplando la escena.

Los odié, con todas mis fuerzas, y ese sentimiento era tan fuerte que no logré pararlo.
Al principio grité e intenté librarme de él, sin resultado alguno, y se rió ante mi forcejeo.
Pero tenía algo de lo que no disponían: un gran poder lleno de rencor.
Disfruté viéndole pedir perdón, llorando, suplicando por su vida, y más tarde arrebatándole la única posibilidad de conservarla.
Después fui a por ella. La prometí ser piadosa, y así hice; su muerte sucedió mucho más rápido.
Al terminar, destruí mi pasado.
No siento remordimientos por mis actos, ellos robaron lo único vivo que quedaba de mí; yo les pagué con la misma moneda.

sábado, 4 de febrero de 2012

Confesión

Morit caminaba junto a Garruk, iban cogidos de la mano dando un tranquilo paseo. Se hizo una idea de lo que iba a decirle y le invitó a sentarse, señalando la sombra de un gran sauce llorón que descansaba junto al río.

Cuando hubo tomado asiento, se situó a su lado y le mostró su más encantadora y alegre sonrisa. Posó la mano en su tripa y la acarició suavemente, con gran aprecio.
-Es... nuestro hijo -le sonrió con ojos soñadores- o hija -corrigió, a la vez que soltaba una leve risita.